Parte de la mística de las máquinas arcades, los famosos “fichines”, se encuentra en la mecánica de acercarse al cajón de madera con la pantalla adentro, meter la ficha y aferrarse a la palanca -o “stick- para emprenderse en una aventura colorida y frenética, de tan solo unos minutos. La otra parte de este folklore se encuentra en el estilo de los juegos: Cortos pero efectivos, simples pero desafiantes.

Crawl apela a que los jugadores entendamos eso. Es una aventura despiadada y frenética, que no dura más de algunos minutos, pero en toda esa vorágine nos llena de contenidos y un estilo de gameplay único. Aunque parezca ser un beat em up con elementos de RPG, o una especie de Gauntlet, Crawl es un dungeon crawler cooperativo… competitivo.

La premisa de este particular indie de Powerhoof es la de competir por vencer al monstruo que habita en el castillo, y para llegar a ese punto, hay que enrolarse en este viaje de supervivencia hasta llegar al punto en que estemos listos. Cuando comenzamos el juego, sea de a dos o hasta cuatro jugadores, uno de todos los competidores será el que tenga forma humana, mientras que el resto serán simples fantasmas, sin la posibilidad de interactuar con el mundo real.

A medida que se avanza en los calabozos, que se generan de forma procedural, el humano de turno irá subiendo de nivel, hasta el requerido nivel 10, donde se podrá enfrentar al monstruo. Pero en ciertas habitaciones se encontrará con algunos pentagramas invertidos -los diabólicos- en donde el resto de los jugadores podrán tomar forma física, personificando ciertas criaturas monstruosas. En ese momento es en donde deberán atacar al humano, para “robarle su humanidad.”

De esas situaciones se conforma la experiencia. Es una eterna danza que nos lleva y nos trae de la forma humana al fantasma y viceversa, hasta que cada uno de los heroes pueda llegar al décimo nivel y decidir enfrentarse a la bestia. Hay que ser muy cautos para elegir el momento, porque una vez que se falló en el intento, no se podrá volver a probar. Durante la aventura podremos comprar armas y habilidades que nos harán más o menos efectivos en combate pero, en definitiva, hay que calcular que el último elemento importante en la batalla por la gloria no es solo el ataque, sino aprender a esquivar a nuestros propios compañeros. Y es que al ser cuatro aventureros y uno solo poder ser humano, los demás controlarán a una de las tres partes que conforman al jefe final. Crawl podría definirse como un “dungeon crawler versus” o vaya a saber qué nuevo género se puede inventar. Lo real es que no se parece a nada, pero contiene mucho de todo.

En los cuartos intermedios en donde se nos acaben las posibilidades de los calabozos, y el humano de turno decida entrar a la escalera que lleva a otro nivel, podremos gastar elementos vitales para evolucionar a nuestros monstruos, esos que personificaremos al entrar al pentagrama invertido. Así pasaremos de tener un lento esqueleto o una simple babosa que dispara rayos, a encarnar un enorme dragón, o una gigante bruja.

Lo bueno de esto es que Crawl recuerda a los nombres de usuarios que han estado jugando partidas anteriores, y algunos de los elementos los mantiene permanentemente. Obviamente, al inciar una nueva partida, todos vuelven al nivel 1, porque la gracia está en ver quién cosigue primero el permiso para entrar a desafiar a la bestia.

Por suerte, a falta de compañeros humanos que se acerquen a jugar a nuestros hogares -y hasta que haya un improbable modo online-, Crawl permite agregar bots a las partidas solitarias. Pero no hay que temerle a la siempre-ligera-de-ideas inteligencia artificial, porque en este caso, se comportan como cualquier humano lo haría. Es muy impresionante ver como la IA mueve a su personaje a través de los dungeons para encontrar la armería y mejorar su equipo. Hasta se mueve a través de los menúes, para encontrar lo que andan buscando.

En toda esta estructura de simpleza y efectividad que propone su espiritu arcade, también se encuentra su estilo gráfico, y quizá no está tan bien ejecutado como uno espera. La idea es representar una resolución muy baja, de estilo retro, pero se les fue un poco la mano y terminaron haciendo pixeles de un tamaño enorme, que representarían una resolucion de algo asi como 128×96. La realidad es que no se trata de una limitación propia del juego, sino una decisión de diseño. El juego corre a la resolución nativa que tengamos, escalando todo el efecto al monitor completo, y por momentos también se permite hacer algunos zoom. Quizá acercarlo un poco más al estándar de los 90s -320×240 / 400×300- hubiera estado mejor. Es un arcade que busca simular esa época dorada, y no tanto a la anterior, de los juegos más primitivos y visualmente menos impactantes.

Por suerte, el apartado sonoro acompaña de una manera brillante. Desde la música frenética, hasta cada efecto que sale de cada golpe o selección de personaje, está emulado a la perfección, y entrega esa satisfacción de estar parado frente a una máquina recreativa, perdiendo horas y muchas monedas de 25 centavos (así era en los 90s).

Crawl en su totalidad es una experiencia atrapante y divertida. Se lo puede jugar solo, pero si tenemos tres amigos para compartirlo durante una larga noche de fin de semana, puede convertirse en el couch-coop-competitivo definitivo, y gracias a su variabilidad, siempre habrá algo nuevo por descubrir. Aun se encuentra en etapa Early Access pero parece estar bastante completo. Muchas de sus imperfecciones estan a tono con la epoca que representa, y no le queda nada mal. La mayoría de los que lo prueben pedirán un modo online, pero eso generaría nuevos problemas como la gente que abandona las partidas, el lag que impediría la velocidad de dinámica que posee actualmente, y el desbalance entre jugadores de distinto nivel, además de romper con la magia que busca entregar. Es justo dejar que el estudio apele a su propia conciencia y decida si vale la pena o no. Este espíritu que tiene es lo que tanto lo destaca, y realmente lo hace brillar. No hace falta arreglar lo que no está roto.

Sobre El Autor

Edición y redacción. Diseño.

Temperley. Buenos Aires. Argentina

Dejar una respuesta